Ya en artículos
anteriores nuestros hermanos de la Casa de Formación “La Misión” han hablado,
acerca de nuestra historia en la Iglesia venezolana, como los Eudistas hemos
marcado pauta en la formación de sacerdotes, pero más aún el sentir misionero
que nos ha caracterizado en nuestras tierras, llevando el mensaje de Salvación
y esperanza a nuestro pueblo, despertando conciencia para que nuestros hermanos
católicos sean fieles a Dios mediante el Bautismo recibido.
Pero en este artículo,
quisiéramos recalcar solamente algunos aspectos de los tesoros que nos ha
dejado nuestro padre fundador san Juan
Eudes. Vemos en el testimonio de este gran hombre que vivió momentos difíciles en la Francia del siglo XVII, que
supo encontrar las palabras y gestos para lograr animar y convertir a los
cristianos tibios de su época.
Hoy más que nunca Cristo, la Iglesia y nuestra
Congregación de Jesús y María, nos invitan a reavivar la vida cristiana en
nosotros, y en nuestro entorno, siendo testigos de la ternura de Dios que la
hemos recibido en el santo sacramento del Bautismo.
Los Eudistas debemos
vivir en el constante despertar de la fe y el amor de Dios en las almas, de
cada una de las personas que hacen vida con nosotros. Este servicio se hará más
fuerte si somos hombres y mujeres fieles a ese contrato que hicimos en el
momento de recibir el Bautismo, porque en ese momento nos hacemos “sacerdotes,
profetas y reyes”, esto nos lleva a dar testimonio de nuestra esencia de ser
cristiano, para ayudar a otros hermanos mediante el acompañamiento espiritual y
pastoral en nuestras comunidades donde nos relacionamos.
El cristiano de hoy que
se impregne de la gracia que recibe en el bautismo, debe despertar en su corazón
un anhelo de comunicar esa grandeza del sacramento, porque la acción del
Espíritu Santo en el Bautismo es como el fuego y el aire, porque estos dos
elementos al encontrarse nada ni nadie los detiene. Esto debe ser en cada uno
de nosotros los bautizados, un abrirnos a la vida nueva y al gozo que recibimos
en el bautismo, haciéndonos partícipes de esa gran misión de comunicar ese gran
don que Dios nos ha permitido por este sacramento.
Así como lo hacía
nuestro padre fundador, un hombre apasionado que estaba animado por la llama
del amor de Dios y sentía el deseo de animar a sus fieles por medio de estas palabras “el contrato que hicimos con Dios en el
Bautismo, hemos entrado en esa alianza, la más santa, noble y estrecha que
pueda existir, no es sólo una alianza de amigos o entre hermanos, o entre
esposos, sino la de un miembro con su cabeza, que es la más íntima de todas[1]”,
que estas palabras sean para nosotros un despertar en el ardentísimo amor que
Dios nos tiene, porque nos hace sus hijos adoptivos y parte de una misma
Iglesia, que conforma el cuerpo místico de Cristo.
Carlos Rivero y David Narváez
[1] San Juan Eudes, Obras escogidas, Capitulo II. “la Alianza
maravillosa entre el hombre y Dios”pag 367